¿Estuvieron los antiguos “dioses” sumerios en el continente americano?…
Es realmente sorprendente encontrar el relato del Génesis, en su versión mesopotámica, representado en un templo inca.
¿Cómo llegaron a conocer tales relatos los incas? ¿Cómo obtuvieron sus
conocimientos de la creación de la primera pareja y del Diluvio?, ¿Cómo
conocieron la Epopeya de la Creación de la antigua Sumer, en donde se
incluyen los conocimientos de todo el Sistema Solar y de la órbita del
duodécimo planeta de los Anunnaki sumerios: Nibiru? Una posible
respuesta sería que los antepasados de los incas estuvieran en posesión
de este conocimiento desde tiempos remotos, trayéndolos con ellos hasta
los Andes. La otra posibilidad es que hubieran oído hablar de ello a
otras culturas con los que se hubieran encontrado en estas tierras. Ante
la ausencia de registros escritos, como los que se pueden encontrar en
Oriente Próximo, la elección de una respuesta depende en cierta medida
de cómo nos hagamos otra pregunta: ¿quiénes fueron en realidad los
incas?
La
descripción más detallada la proporcionó Don Juan de Santa Cruz
Pacha-cuti-Yumqui Salcamayhua, hijo de una princesa real inca y un noble
español, que es la razón por la cual a veces se le llama Santa Cruz y a veces Salcamayhua. El relato se incluyó en su Relación, en la cual comenzó glorificando a la familia real inca ante los ojos de los españoles. Salcamayhua decía
que fue el primer rey de la dinastía inca el que ordenó a los herreros
que hicieran una placa de oro que significara que había un creador del
Cielo y la Tierra. Salcamayhua ilustró su texto con un dibujo, en que se
representaba la poco usual y extraña forma de un óvalo.
En la Relación de Salcamayhua se atribuye al primer monarca, el Inca Rocca, el reverenciado nombre de Manco Capac, para
conseguir que el pueblo al que habían sometido creyera que el primer
Inca había sido un «Hijo del Sol», salido del sagrado lago Titicaca.
Pero se sabe que la dinastía inca comenzó 3.500 años después de aquel
sagrado inicio y por otra parte, la lengua que hablaban los incas era el
quechua, que era la lengua del pueblo del norte y el centro de los
Andes, mientras que en el altiplano del lago Titicaca es donde se
hablaba el enigmático lenguaje aymara. Éstas y otras evidencias llevaron
a los expertos a especular que los incas habían llegado más tarde,
desplazándose desde el este y estableciéndose en el valle de Cuzco, que
limita con la gran cuenca del Amazonas.
Mientras
centraban su atención en las imágenes del muro del Altar Mayor, nadie
se preguntó por qué, en medio de pueblos que hacían imágenes de sus
dioses y que ubicaban sus ídolos en santuarios y templos, no había
ningún tipo de ídolo en el gran templo inca, ni en ningún otro
santuario inca. Los cronistas cuentan que, en algunas celebraciones se
llevaba la imagen de Manco Capac, no la de un dios. También se cuenta
que, en determinado día sagrado, un sacerdote iba hasta una montaña
distante en la cual había el gran ídolo de un dios, y que allí se
sacrificaba una llama. Pero tanto la montaña como su ídolo eran de
tiempos preincaicos, y bien pudiera ser que se estuvieran refiriendo al
templo de Pachacamac, en la costa.
Curiosamente
estas costumbres están en la línea con los mandatos bíblicos de la
época del Éxodo. La prohibición de adorar ídolos se incluía en los Diez
Mandamientos. Y en la víspera del Día de la Expiación un sacerdote tenía
que sacrificar una cabra en el desierto. Nadie ha señalado nunca que
los quipos, cuerdas de diferentes colores que tenían que ser de
lana, con nudos en diferentes posiciones, que utilizaban los incas para
recordar acontecimientos eran, tanto en su forma como en su propósito,
semejantes a los tzitzit, flecos en el extremo de un hilo azul,
que los israelitas tenían que sujetar a sus prendas para recordar los
mandamientos de su Dios.
También
hay similitudes en las normas de sucesión, por las cuales el heredero
legal era el hijo tenido con una hermanastra, una costumbre claramente
sumeria y que fue seguida por los patriarcas hebreos. Y también estaba
la costumbre de la circuncisión en la familia real inca. Los arqueólogos
peruanos han dado cuenta de intrigantes descubrimientos en las
provincias amazónicas de Perú, entre los que se encuentran los restos
aparentes de ciudades construidas con piedra, concretamente en los
valles de los ríos Utcubamba y Marañón. Sin duda, existen ciudades
perdidas en las zonas tropicales. Pero hasta ahora, desgraciadamente,
los descubrimientos son de lugares ya previamente conocidos.
Se
han dado informes de avistamientos aéreos de pirámides en territorio
brasileño, de ciudades perdidas como Akakor, así como de relatos
indígenas de ruinas de ciudades en donde hay grandes tesoros. Un
documento de los archivos nacionales de Río de Janeiro informa sobre una
ciudad perdida en la selva amazónica, vista por unos europeos en 1591.
Este documento transcribe también la escritura descubierta allí y que
fue el motivo principal de la expedición que llevara a cabo el coronel
Percy Fawcett, cuya misteriosa desaparición en la selva constituyó el
tema de múltiples artículos.
Todo
esto no quiere decir que no existan ruinas antiguas en la cuenca del
Amazonas ni restos de un sendero que cruzara el continente sudamericano
desde la Guayana/Venezuela hasta Ecuador/Perú. Humboldt, en las crónicas
de sus viajes a través del continente, menciona una leyenda según la
cual gente de más allá del mar desembarcó en Venezuela y se introdujo
tierra adentro. Y el principal río del valle de Cuzco, el Urubamba, no
es sino un afluente del Amazonas.
En
un lugar cercano a la desembocadura del Amazonas se han encontrado
urnas de cerámica decoradas con incisiones que recuerdan alguno de los
diseños de las vasijas de barro de Ur, en el antiguo Sumer, lugar de
nacimiento de Abraham. Y, por otra parte, el islote de Pacoval parece
ser una isla artificial que sirvió de base a gran cantidad de
montículos. Según L. Netto, se han encontrado en la zona del Amazonas
urnas y vasijas de calidad superior, decoradas de forma similar. Y se
supone que otra ruta conectaba, más hacia el sur, el Océano Atlántico
con los Andes.
Pero no está claro
que los incas llegaran desde el este. Una de sus versiones más
ancestrales dice que desembarcaron en la costa peruana, en el Pacífico.
Su idioma, el quechua, tiene semejanzas con lenguajes del Extremo
Oriente. Y pertenecen claramente al linaje amerindio, la cuarta rama de
la humanidad que surgió del linaje de Caín. Hay sugerencias en el
sentido de queIn-ca podría haber surgido de Ca-ín por inversión de sílabas.
Las
evidencias de las que disponemos indican que los relatos y las
creencias de Oriente Próximo, así como la historia de Nibiru y de los
anunnaki que vinieron a la Tierra, y el panteón de doce dioses, les
llegaron a los antepasados de los incas de allende los mares. Debió de
suceder en los días del Imperio Antiguo y los portadores de estos
relatos y creencias también venían de allende los mares, pero no
necesariamente eran los mismos que trajeron similares relatos, creencias
y civilización a América Central.
En
Izapa, un lugar cercano a la costa del Pacífico, en la frontera entre
México y Guatemala, convivieron olmecas y mayas. Este lugar ha sido
reconocido como el yacimiento arqueológico más grande de la costa del
Pacífico, en América del Norte y Central. Izapa tiene 2.500 años de
ocupación continua, desde el 1500 a.C., fecha confirmada con la datación
por radiocarbono, hasta el 1000 d.C. Dispuso de las típicas pirámides y
de los juegos de pelota, pero lo que más maravilló a los arqueólogos
fueron los grabados en sus monumentos de piedra. El estilo, la
imaginación, el contenido mítico y la perfección artística de estas
tallas han llevado a hablar de un estilo Izapa y en la actualidad se
reconoce que fue desde donde se difundió este estilo a otros lugares de
las áreas del Pacífico en México y Guatemala. Fue un arte perteneciente
al período preclásico olmeca primitivo y medio, adoptado posteriormente
por los mayas.
Los
arqueólogos de la Fundación Arqueológica de la Universidad Bringham
Young no tienen duda de que estaba orientado hacia los solsticios en el
momento de su fundación, y que, incluso, los distintos monumentos
estaban alineados deliberadamente con los movimientos planetarios. Los
temas religiosos, cosmológicos y mitológicos se entremezclan con temas
históricos en las tallas de piedra, en las que pueden verse variadas
representaciones de deidades aladas. Particularmente interesante es una
gran piedra grabada cuyo frontal ocupa 2,78 metros cuadrados, nombrada
por los arqueólogos como Estela 5 de Izapa, encontrada juntamente con un
importante altar de piedra.
Hay
un Árbol de la Vida que crece junto a un río, como un fantástico mito
visual relativo a la génesis de la humanidad. Un anciano con barba
sentado a la izquierda de la estela es el que cuenta este relato
mítico-histórico, mientras un hombre de aspecto maya lo vuelve a contar
desde la derecha del observador de la estela. La escena está llena de
vegetación, pájaros y peces, así como de figuras humanas. Curiosamente,
dos de las figuras centrales representan a hombres que tienen el rostro y
los pies de elefante, un animal completamente desconocido en América.
El de la izquierda interactúa con un olmeca con casco, lo cual refuerza
la opinión de que los Olmecas, representados en enormes cabezas de
piedra, eran de origen africano.
En
la parte izquierda de la talla pueden observarse detalles enormemente
importantes. El hombre de la barba cuenta su historia sobre un altar que
lleva el símbolo de una cuchilla umbilical. Tal como hemos indicado en
otros artículos, éste era el símbolo por el cual se identificaba a
Ninti, la diosa sumeria que ayudó a Enki a crear al hombre, en los
sellos cilíndricos y en algunos monumentos. Cuando los dioses se
repartieron la Tierra, a ella se le dio el dominio sobre la península
del Sinaí, fuente de las apreciadas turquesas de los egipcios. Éstos la
llamaban Hathor y la representaban con cuernos de vaca, como en esta
escena de la Creación del hombre. Estas coincidencias refuerzan la
conclusión de que la estela de Izapa ilustra los relatos del Viejo Mundo
acerca de la Creación del hombre y del Jardín de Edén. Y, además, están
las representaciones de las pirámides parecidas a las de Gizeh, que
aparecen en la base de la talla, junto al río. Cuanto más se examina
este milenario grabado, más se convence uno de que merece ser estudiado a
fondo.
Las
leyendas y las evidencias arqueológicas indican que los olmecas y los
hombres barbados no se detuvieron a orillas del océano, sino que se
introdujeron hacia el sur en América Central y las tierras
septentrionales de América del Sur. Posiblemente, se adentraron en el
continente, pues dejaron vestigios de su presencia en lugares del
interior. Y con toda probabilidad, viajaron hacia el sur con
embarcaciones.
Las
leyendas de las zonas ecuatoriales y septentrionales de los Andes no
sólo recuerdan la llegada por mar de sus antepasados, como los naymlap,
sino también las llegadas de gigantes. Una tuvo lugar en tiempos del
Imperio Antiguo y la otra en tiempos mochicas. Cieza de León describió
así esta última: «Llegaron por la costa, en embarcaciones de juncos
tan grandes como barcos, un grupo de hombres de tal tamaño que, desde la
rodilla hacia abajo, eran de altos como un hombre normal.» Según
parece llevaban herramientas de metal con las que cavaban pozos en la
roca viva. Pero, para alimentarse, hacían incursiones en busca de las
provisiones de los nativos. También violaban a las mujeres nativas, pues
no había mujeres entre los gigantes que habían desembarcado. Los
mochicas representaron en su cerámica a los gigantes que los
esclavizaron, pintando sus rostros de negro, mientras que los de los
mochicas los pintaban en blanco. Entre los restos mochicas también se
han encontrado representaciones en arcilla de ancianos con barbas
blancas.
Sospechamos
que estos visitantes no deseados eran los olmecas y sus compañeros
barbados venían de Oriente Próximo y huían de las sublevaciones en
América Central hacia el 400 a.C. Tras ellos, dejaron un reguero mezcla
de veneración y terror, a medida que cruzaban América Central y se
introducían en Sudamérica hasta las zonas ecuatoriales. Las expediciones
arqueológicas a las regiones ecuatoriales de la costa del Pacífico han
descubierto unos enigmáticos monolitos que pertenecen a aquel
terrorífico período. La expedición de George C. Heye descubrió en
Ecuador unas cabezas de piedra gigantes con rasgos humanos, pero con
colmillos, como si fueran jaguares. Otra expedición descubrió en San
Agustín, lugar cercano a la frontera con Colombia, estatuas de piedra
que representaban a gigantes, a veces con herramientas o armas en las
manos. Sus rasgos faciales son los de los olmecas.
Es
posible que estos invasores fueran el origen de las leyendas en curso
también en estas tierras sobre cómo fue creado el hombre, sobre el
Diluvio y sobre un dios serpiente que exigía un tributo anual de oro.
Una de las ceremonias de la que dieron cuenta los cronistas españoles
consistía en una danza ritual llevada a cabo por doce hombres vestidos
de rojo, que se realizaba en las costas de un lago relacionado con la
leyenda de El Dorado.
Los
nativos de la zona ecuatorial adoraban a un panteón de doce dioses,
número sumamente significativo. El panteón estaba encabezado por una
tríada compuesta por el dios de la Creación, el dios del Mal y la diosa
Madre; e incluía a los dioses de la Luna, del Sol y del Trueno-Lluvia.
Sorprendentemente el dios de la Luna tenía un rango superior al dios del
Sol. Los nombres de las deidades cambiaban de localidad en localidad.
Aunque los nombres suenan extraños, hay dos que destacan. Al jefe del
panteón se le llamaba, en el dialecto chibcha, Abira, muy similar al epíteto divino mesopotámico Abir, que significa fuerte o poderoso. Y el dios de la Luna recibía el nombre de Si o Sian, que se parece mucho al nombre mesopotámico de esta misma deidad, Sin.
Así
pues, el panteón de estos nativos sudamericanos nos trae
inevitablemente a la cabeza el panteón del Oriente Próximo y del
Mediterráneo oriental de la antigüedad, representada por griegos,
egipcios, hititas, cananeos, fenicios, asirios y babilonios. Ello nos
remonta al origen, los súmenos del sur de Mesopotamia, de quienes todos
los demás obtuvieron sus dioses y sus mitologías.
El
panteón sumerio estaba encabezado por un Círculo Olímpico de doce
dioses. Y cada uno de estos dioses supremos debía tener como
contrapartida celeste cada uno de los doce planetas del Sistema Solar.
En realidad, los nombres de los dioses y los planetas se confundían.
Encabezando el panteón, estaba el soberano de Nibiru, ANU, cuyo nombre
era sinónimo de «Cielo», pues residía en Nibiru. Su esposa, miembro
también de los Doce, se llamaba ANTU. En este grupo estaban los dos
hijos más importantes de ANU: E.A («cuya casa es agua»), el primogénito
de Anu, pero no de Antu; y EN.LIL («Señor del mandato»), que era el
heredero legítimo porque su madre era Antu, hermanastra de Anu. A Ea se
le llamaba también en los textos sumerios EN.KI («Señor Tierra»), pues
había liderado la primera misión de los anunnaki desde Nibiru a la
Tierra, y había fundado en la Tierra sus primeras colonias en el E.DIN
(«hogar de los justos»), el bíblico Edén.
Parece
que su misión era obtener oro, para lo cual la Tierra era una fuente
privilegiada. No por motivos ornamentales, sino parece que para salvar
la atmósfera de Nibiru, suspendiendo oro en polvo en la estratosfera del
planeta. Tal como se explica en los textos sumerios, se envió a
Enlil a la Tierra para que asumiera el mando cuando los métodos de
extracción inicial utilizados por Enki se demostraron insatisfactorios.
Con esto, se sentaron las bases para una desavenencia continua entre los
dos hermanastros y sus descendientes, una desavenencia que llevó a las
guerras de los dioses y terminó con un tratado de paz elaborado por la
hermana de ambos, Ninti, a partir de entonces, llamada Ninharsag.
La
Tierra habitada se dividió entre los contendientes. A los tres hijos de
Enlil: Ninurta, Sin y Adad, junto con los hijos gemelos de Sin:
Shamash (el Sol) e Ishtar (Venus), se les dieron las tierras de Sem y de
Jafet, las tierras de los semitas y de los indoeuropeos: a Sin (la
Luna), las tierras bajas de Mesopotamia; a Ninurta (el «guerrero de
Enlil»), las tierras altas de Elam y Asiría; a Adad («El atronador»),
Asia Menor, el país de los hititas, y Líbano. A Ishtar se le concedió el
dominio del Valle del Indo; y a Shamash se le dio el mando del puerto
espacial en la península del Sinaí.
Esta
división daba a Enki y a sus hijos las tierras de Cam: la civilización
del Valle del Nilo y las minas de oro del sur y el oeste de África.
Enki, gran científico y metalúrgico, recibió en Egipto el nombre de Ptah «el constructor», un título que se tradujo en Hefesto para los griegos y enVulcano para
los romanos. Éste compartía el continente con sus hijos, entre los que
estaba el primogénito MAR.DUK «hijo del montículo brillante», al cual
los egipcios llamaron Ra, y NIN.GISH.ZI.DA «Señor del Árbol de la Vida», al cual los egipcios llamaron Thot, el
Hermes de los griegos, dios de los conocimientos secretos, entre los
que estaban la astronomía, las matemáticas y la construcción de
pirámides.
Los
conocimientos impartidos por este panteón de dioses, las necesidades de
los dioses que habían llegado a la Tierra y el liderazgo de Thot fueron
los que llevaron a los olmecas africanos y a los barbados de Oriente
Próximo hasta el otro lado del mundo. Y, después de llegar a Mesoamérica
por la costa del Golfo de México, del mismo modo que los españoles y
ayudados por las mismas corrientes, pero milenios antes, cruzaron el
istmo de Mesoamérica y, del mismo modo que los españoles, viajaron hasta
las tierras de América Central y más allá. Pues allí era donde estaba
el oro.
Antes que los incas, los chimús y los mochicas, una cultura que los expertos llaman chavín,floreció
en las montañas que hay al norte de Perú, entre la costa y la cuenca
del Amazonas. Uno de los primeros exploradores, Julio C. Tello la llamó
matriz de la civilización andina. Se remonta, al menos, hasta el 1500
a.C, y, al igual que la civilización olmeca en México, y por la misma
época, surgió de repente.
La
cultura chavín, que abarcaba una vasta región cuyas dimensiones se
siguen expandiendo a medida que se hacen nuevos descubrimientos, parecía
estar centrada en un lugar llamado Chavín de Huantar, cerca del pueblo
de Chavín, al que debe su nombre. Está situado a 3.000 metros de
altitud, en la Cordillera Blanca del noroeste de los Andes. Allí, en un
valle de montaña donde los afluentes del río Marañón forman un
triángulo, se allanó una extensión de casi 30.000 metros cuadrados que
se adecuó para la construcción de estructuras diseñadas según un plan
preconcebido. Los edificios y las plazas no sólo forman rectángulos y
cuadrados, sino que también se les alineó de forma precisa con los
puntos cardinales, con un eje principal este-oeste. Los tres edificios
principales se yerguen sobre terrazas que los elevan y los apoyan contra
la muralla externa occidental, que discurre a lo largo de 150 metros.
La muralla, que al parecer rodeaba el complejo por tres de sus lados,
tenía unos doce metros de altura…….
Fuente: Maestro Viejo
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